Ha muerto un arrantzale de Getxo. Otro ha conseguido salvarse. No es sólo la aberrante paradoja de ganarse la vida perdiéndola de golpe, mientras la gran mayoría la pierde poco a poco. La muerte de este arrantzale coincide con lo que en la Marcha de las Vergüenzas que hicimos por Getxo, nos contaba premonitoriamente, el pescador, hijo y nieto de pescadores, Faneka, en el Puerto Viejo. Los pescadores artesanales han sido borrados de la faz del mar. Previamente las burocracias – entre ellos la municipal – trataron de borrarles de la faz de los pueblos impidiéndoles vender el selectivo pescado recogido de la mar. Acosados, en favor de las grandes cofradías que no son más que máquinas industriales de esquilmar el mar. Sometidos, a estultas argucias legales o impositivas, Gobierno vasco, diputación y municipios han conseguido reducir a su más mínima expresión a los arrantzales artesanos. La mar ha hecho el resto.